Periódico el LibertArio
Errico Malatesta (1853-1932)
* Publicado originalmente en The
Commonwealt (Londres) 1, nueva serie, no. 1 (1 de mayo de 1893).
Por tercera vez el proletariado
consciente de todos los países afirma por medio de una manifestación
internacional, la solidaridad real entre los trabajadores, el odio a la
explotación, y la voluntad, día tras día más determinada, de darle fin al
sistema existente.
Los gobiernos y las clases
tiemblan, y tienen buena razón. No porque en este día romperá la revolución —
pues ese es un evento que puede ocurrir cualquier día del año — sino porque
cuando los oprimidos comienzan a sentir el peso y la deshonra de la opresión,
cuando se sienten como hermanos, cuando olvidan todos los odios históricos
fomentados por las clases gobernantes, cuando se toman de las manos cruzando
las fronteras y sienten la solidaridad en la lucha por una emancipación común,
entonces el día de la liberación se acerca.
¿Qué importa si los hombres y los
partidos ofrecen diversas razones hoy por hoy para sus fines inmediatos y en
acuerdo al beneficio que esperan derivar de ellos? El hecho principal sigue
siendo que los trabajadores anuncian que están todos unidos, y son unánimes en
la lucha contra los dominadores. Este hecho sigue siendo, y seguirá siendo, uno
de los eventos más importantes del siglo, y uno de los signos que proclaman la
Gran Revolución — una revolución que dará a luz a una nueva civilización
fundada sobre el bienestar de todos, y la solidaridad del trabajo: Es un hecho,
cuya importancia sólo es equiparada en el presente por aquel otro anuncio
proletario de la asociación internacional entre los trabajadores.
Y el movimiento es de suma
relevancia por ser obra directa de las masas, y bien separada e incluso en
oposición a la acción de los partidos.
Cuando los socialistas de estado
en el Congreso de París de 1889, definieron el 1º de Mayo como un día de huelga
internacional, fue meramente una de esas definiciones platónicas que se hacen
en los congresos simplemente por declarar un principio, y que son olvidadas tan
pronto como el congreso termina. Tal vez pensaron que esa decisión podría
ayudar a darle importancia a su partido, y a serle útil a ciertos hombres como
cabecera electoral; pues desgraciadamente estas personas parecen tener
corazones que solo laten con entusiasmo por propósitos electorales. En
cualquier caso, sigue siendo cierto que desde el momento en que percibieron que
la idea se había abierto paso, y que las manifestaciones se volvieron
imponentes y que amenazaban con llevarles por senderos revolucionarios, se
esforzaron por controlar el movimiento y por despojar el significado que el
instinto popular le había dado. Para probar esto, no se requiere más que
recordar los esfuerzos que se han hecho por cambiar la manifestación desde el
primer día de mayo al primer domingo de mayo. Puesto que no es la regla
trabajar los domingo, hablar de suspensión del trabajo en ese día es
simplemente una farsa y un fraude. Ya no es una huelga, ya no es un medio para afirmar la
solidaridad de los trabajadores y su poder de resistir las órdenes de los
empleadores. Queda como un simple fête o feriado — un poco de marcha, unos
cuantos discursos, unas pocas e indiferentes resoluciones, con el aplauso de
grandes o pequeñas congregaciones — ¡eso es todo! Y para matar con aún más
eficacia al movimiento que sin pensarlo comenzaron, han llegado a tal punto de
querer pedir al gobierno ¡que declare el 1º de Mayo feriado oficial!
La consecuencia de todas estas
tácticas adormecedoras es que las masas, que en un comienzo se lanzaban al
movimiento con entusiasmo, comienzan a perder su confianza en él, y están
empezando a considerar el 1º de Mayo como un mero desfile anual, con la única
diferencia con otros desfiles tradicionales de ser más apagado y más aburrido.
Es asunto de los revolucionarios
salvar este movimiento, que podría en algún momento u otro dar ocasión a
consecuencias más importantes, y que en cualquier caso es siempre un poderoso
medio de propaganda al cual renunciar sería un desatino.
Entre los anarquistas y los
revolucionarios hay algunos que no tienen ningún interés en el movimiento,
algunos incluso lo objetan porque el primer impulso, en Europa al menos, fue
dado por los socialistas parlamentaristas, que utilizaron las manifestaciones
como una forma de obtener poderes públicos, las ocho horas legales, legislación
internacional con respecto al trabajo, y otras reformas que sabemos que son
meras carnadas, que sirven solo para engañar a la gente, y para desviarles de
introducir demandas sustanciales, o bien para apaciguarles cuando amenacen al
gobierno y a las clases propietarias.
Estos objetores están equivocados
en nuestra opinión. Los movimientos populares comienzan como pueden; casi
siempre brotan de alguna idea ya trascendida por el pensamiento contemporáneo.
Es absurdo esperar que en la condición presente del proletariado la gran masa
esté capacitada antes de concebir y aceptar un programa formulado por un
pequeño número a quienes las circunstancias han dado medios excepcionales de
desarrollo, un programa que solo puede llegar a ser conscientemente aceptado
por el gran número por la acción de condiciones morales y materiales que el movimiento
mismo debe suministrar. Si esperamos, para saltar a la palestra, a que el
pueblo monte los colores anarquistas comunistas, correremos gran riesgo de ser
eternos soñadores; veremos la corriente de la historia fluir a nuestros pies
mientras contribuimos escasamente algo en la determinación de su curso, dejando
mientras el campo libre a nuestros adversarios quienes son enemigos, consciente
o inconscientemente, de los reales intereses del pueblo.
Nuestra bandera debemos montarla
nosotros mismos, y hemos de llevarla en alto donde sea que haya personas que
sufren, particularmente donde sea que haya personas que demuestran estar
cansadas de sufrir, y luchan de cualquier modo, bueno o malo, contra la
opresión y la explotación.
Los trabajadores que sufren, pero
que poco o nada comprenden de teorías, los trabajadores que tienen hambre y
frío, que ven a sus hijos languidecer y morir de inanición, que ven a sus
esposas y hermanas darse a la prostitución, trabajadores que saben que ellos
mismos marchan al asilo o al hospital — estos no tienen tiempo que esperar, y
están naturalmente dispuestos a preferir cualquier mejora inmediata, no importa
cuál — incluso una transitoria o una ilusoria, ya que la ilusión mientras
perdure pasa por realidad. Sí, mejor eso que esperar por una transformación
radical de la sociedad, que destruya por siempre las causas de la miseria y de
las injusticias del hombre contra el hombre.
Esto es fácil de comprender y de
justificar, y explica por qué los partidos constitucionales que explotan esta
tendencia hablando siempre de las pretendidas reformas como “practicables” y
“posibles” y de las mejorías parciales pero inmediatas, generalmente triunfan
mejor que nosotros en su propaganda entre las masas.
Pero donde los trabajadores
cometen un error (y es labor nuestra corregirles) es en suponer que las
reformas y mejorías son más fáciles de obtener que la abolición del sistema
salarial y la completa emancipación del trabajador.
En una sociedad basada en un
antagonismo de intereses, donde una clase retiene toda la riqueza social y se
organiza en el poder político para defender sus privilegios, la pobreza y el
sometimiento de las masas desheredadas siempre tenderán a alcanzar su máximo
compatible con la existencia básica del hombre y con los intereses de la clase
dominante. Y esta tendencia no encuentra obstáculo alguno excepto en la
resistencia de los oprimidos: la opresión y la explotación nunca se detiene
hasta que se alcanza el punto en que los trabajadores se muestran decididos a
no soportarlas más.
Si se obtienen pequeñas
concesiones en vez de grandes, no es porque sean más fáciles de obtener, sino
porque las personas se contentan con ellas.
Siempre ha sido por medio de la
fuerza o del miedo que se ha obtenido algo de los opresores; siempre ha sido la
fuerza o el miedo lo que ha impedido a los opresores quitar lo que han
concedido.
Las ocho horas y otras reformas —
sea cual sea su mérito — solo pueden obtenerse cuando los hombres se muestran
resueltos a tomarlas por la fuerza, y no traerán mejora alguna a la suerte de
los trabajadores a menos que éstos estén determinados a no sufrir más lo que
sufren hoy.
Lo sabio entonces, e incluso lo
oportuno, requiere que no malgastemos tiempo y energía en reformas sedantes,
sino que luchemos por la completa emancipación de todos — una emancipación que
solo puede volverse realidad mediante la puesta en común de la riqueza, y
mediante la abolición de los gobiernos.
Esto es lo que los anarquistas
han de explicar a las personas, pero para hacerlo deben no mantenerse distantes
desdeñosamente, sino unirse a las masas y luchar junto a ellas, empujándolas
mediante el razonamiento y el ejemplo.
Además, en países en que los
desheredados han intentado una huelga el 1º de Mayo han olvidado las “8 horas”
y lo demás, y el 1º de Mayo ha tenido todo el significado de una fecha
revolucionaria, en la que los trabajadores del mundo entero cuentan sus fuerzas
y se prometen ser unánimes en los días venideros de la batalla decisiva.
Por otra parte, los gobiernos se
esmeran en remover toda ilusión que cualquiera pueda albergar, en cuanto a la
intervención de los poderes públicos en favor de los trabajadores; pues en vez
de concesiones, todo lo que se ha obtenido hasta ahora ¡han sido arrestos al
por mayor, cargas de caballerías, y descargas de armas de fuego! — ¡asesinato y
mutilación!
Entonces ¡QUE VIVA el 1º de Mayo!
No es, como hemos dicho, el día
de la revolución, pero sigue de todos modos siendo una buena oportunidad para
la propagación de nuestras ideas, y para volcar las mentes de los hombres hacia
la revolución social.
Tomado de
https://periodicoelsolacrata.wordpress.com/2016/04/25/el-primero-de-mayo-1893/#more-3337.]