Por: Gladys Emilia Guevara
Quizás muchos de quienes me leen
en este instante son empáticos con la idea de que frente al fenómeno de la
delincuencia, se justifica las actuaciones represivas del Estado. No los
condeno por pensar así. Sólo que debo advertirles que el pensar así, con el
tiempo, de seguro los condenará a sufrir los embates del autoritarismo o los
hará cómplices de injusticias de dimensiones incalculables. Así que es mejor
plantearnos una reflexión más o menos seria sobre el asunto, a ver si
aprendemos algo de los rápidos sucesos vividos por el pueblo venezolano en por
lo menos estas dos últimas décadas signadas por aparentes cambios
gubernamentales.
Por eso me resulta imprescindible
entrar primero en el campo de las definiciones y las caracterizaciones de lo
que hasta ahora se ha entendido en estos pueblos colonizados por delincuencia y
por “control del Estado”.
Si hiciéramos una encuesta en la
cual quisiéramos detectar cuáles son las representaciones mentales de los
ciudadanos en torno a qué es y cuáles son las características de un
delincuente, nos encontraríamos con un cúmulo de asociaciones de carácter
clasista y racista. Un delincuente es un “malandro”, un “vago”, un
“pandillero”. Y si les ofreciéramos imágenes que complementaran el concepto que
cada uno tiene de “delincuente”, lo más probable es que relacionaran el término
con personas pertenecientes a las clases pobres, y en consecuencia,
mayoritariamente gente mestiza, integrante de etnias indígenas o simplemente de
piel negra.
Esta situación se repite a lo
largo y ancho de cualquier sociedad colonizada y neocolonizada. El dominador
(¡delincuente de algo rango!) impone su lengua y sus modos de pensar al
dominado, hasta el punto en que este se convierte en reproductor del sistema.
Sobre el dominado pesa un cúmulo de traumas sociales que lo hacen subestimar su
propia cultura, su fisonomía, el color de su piel, la textura de sus cabellos…
Y sueña con ser otro, otro muy parecido a su dominador. O al menos, cercano a
los hábitos, gustos y disfrutes del “amo”.
La escuela es la encargada de
“sembrar civilismo”, y quien no se adecúe a ritmos de trabajo, formas de
presentación personal, horarios, enfoques únicos de pensamiento, etc., se
convierte en un desadaptado. Hay que obtener un cartón que te acredite como
persona “apta” para el trabajo, el cual también sigue el mismo compás
“civilizatorio” del resto de las actividades humanas: cumplimiento y control.
Considérese afortunado si tiene trabajo y cuídese mucho de perderlo, así esté
en juego su propia dignidad humana. Lo importante es la subsistencia. Prohibido
decir lo que piensa, so pena de ser execrado del “proceso”.
¿El gran fenómeno comunicacional
que encarnó el fallecido presidente, revirtió en forma real la mentalidad
neocolonizada del venezolano?
A pesar de que todas estas
situaciones eran conversadas por el desaparecido presidente Chávez, sus “agudas
observaciones” dirigidas en este sentido, se convertían en puras prédicas
declarativas, mecanismos de “catarsis” para que todo siguiera igual, porque la
realidad del entorno en el cual él mismo se desenvolvía era extremadamente
ficticia y edulcorada para el espectador incauto. Aquella popular Lina Ron, por ejemplo, quien
se batía frontalmente contra opositores al gobierno, fue blanco de miles de
desprecios clasistas por parte del equipo presidencial y de sus acólitos,
quienes siempre la vieron como un instrumento para “lanzarla” en contra de los
enemigos, sin importarle su condición humana. Después de todo, sólo ellos y sus
hijos debían sobrevivir; los pobres sólo son carne de cañón contra el enemigo.
Luego podrían rendirles homenajes o indemnizar a sus familiares, para dar
muestra de “revolución”, “unidad en la
lucha” y de “justicia social”. Y en el caso de Lina Ron, hasta una orden de
captura formulada mediáticamente por el mismo jefe de Estado, en la cual
clamaba sobre ella “todo el peso de la ley”.
Lógico. La “defensa del Estado” exige obediencia absoluta… ¿qué es eso
de pensar y actuar con cabeza propia? La “participación” también está regulada
por el Estado seudo socialista. Él sólo te puede indicar cuándo “saltarte” las
leyes. Él sólo puede garantizarte impunidad, si te decides a delinquir.
Un cúmulo inmenso de eslóganes y
frases hechas formaba parte de las declaraciones de los funcionarios públicos y de las “opiniones”
de los venezolanos. El pensamiento fue sustituido por la fórmula. La canción de
Alí Primera, fiera y rebelde contra el sistema, ahora era el “perfume de la
mierda” de los actos públicos, en los cuales siempre existía una élite
privilegiada que observaba los actos cómodamente, y una comparsa de pobres
incautos que se sentían hermanados con el poder por el solo hecho de estar
detrás de la línea de seguridad que siempre los mantuvo a raya… “por si acaso”.
¿Qué intención perseguía el
Estado venezolano pretendidamente socialista cuando privilegiaba la adquisición
de bienes materiales como fórmula de felicidad?
Así también se hizo común y
frecuente entre los funcionarios públicos y sus allegados, la cirugía estética.
Y el mismo fallecido presidente, clamaba por la protección a estas “damas” que
tenían todo el derecho de “mejorar” su aspecto físico. Reinas de belleza,
actrices y actores hollywoodenses desfilaban por Miraflores, mientras un líder
del pueblo yukpa, de nombre Sabino Romero, quien creyó su deber hacer realidad
el mandato constitucional de reintegración de tierras a sus etnias ancestrales,
recorría distancias entre la Sierra de Perijá y Caracas para hacerse escuchar
por funcionarios que se volvieron inaccesibles, y por unos medios al servicio
del gobierno, que vetaron su palabra hermana hasta casi el final de sus días.
No importa, después permitirían que las salas de cine exhibieran un documental:
¡Sabino vive! Para enmendar la plana. “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”,
como bien apunta la sabiduría popular.
Y así como “todos” tenían
“derecho” a las “cirugías estéticas”, también tenían derecho sobre bienes
muebles e inmuebles: una mejor calidad de vida, clamaban. “La mayor suma de
felicidad posible”, parafraseaban la infeliz y frustrada frase del Libertador.
Y la felicidad tenía nombre de cargos públicos, viviendas regaladas, línea
blanca, artefactos electrodomésticos, “vergatarios”, “canaimitas”, tablets,
antenas de televisión con la misma o parecida plancha de programación basura
que tanto criticaron a una supuesta “iv república”… Todo esto adquirido con
créditos chinos, rusos. ¡Qué viva la Venezuela rentista!, mientras el jefe de
Estado clamaba independencia económica y alertaba sobre el peligro de las
“oligarquías apátridas”, que si bien constituían un peligro real, ya no tenían
la facilidad de actuación de otrora, y se limitaban a torpes incursiones
guarimberas, que sólo reforzaron tiempo después, la actuación represora y
criminalizadora que asumió el Estado contra cualquier protesta pública, por
justa que esta fuese.
¿Quién es, pues, el mal llamado
“bachaquero” venezolano, sino el producto del cacareado “socialismo del siglo
veintiuno”, cuya “premisa teórica” era el “amor” y el “buen vivir”, y el cual
quedó consagrado en un patético corazón que sirvió de vacua publicidad en las
últimas elecciones presidenciales del “Comandante Eterno”? El socialismo del
siglo veintiuno daba para todo y más.
¿Por qué llaman delincuente ahora
a quienes se dedican a “mejorar sus condiciones de vida” revendiendo productos
de la cesta básica, si la lógica que opera en sus actuaciones fue la misma que
motorizó la idea de que la felicidad viene con la asunción de las tecnologías y
la adquisición de bienes materiales sin el menor esfuerzo?
¿Qué son las OLP y por qué muchos
venezolanos justifican sus actuaciones?
La organización
político-territorial de nuestros pueblos responde a una concepción
subestimadora del poder de una mayoría pensante. Según esta concepción, los
pueblos no son aptos para gobernarse y debe existir una élite privilegiada que
lo haga. Representativa o participativamente, las democracias republicanas son
formas en las cuales las mayorías ceden el “poder” a los supuestamente “más
aptos”.
La sanción institucional, el
autoritarismo frontal o el macabro poder del burocratismo, las redes
familiares, el clientelismo y el compadrazgo, son manifestaciones
consustanciales con la formación del Estado y el desarrollo del capitalismo en
este lado del mundo. La gente las cree “natural”, y no entiende que son producto
de unas formas particulares de relaciones históricas entre los seres humanos.
En consecuencia, la mentalidad de
las mayorías se proyecta una única percepción de la realidad: la que han
conocido hasta ahora. No se piensan sin autoridad y sin gobierno. “El caos”,
sostienen. “Eso no puede ser”. Debe haber quien administre y controle. Quién
premie y sancione.
¿De qué modo distinto al
represivo un Estado minado de desigualdades sociales e inoperante en lo
relacionado con la generación de las condiciones básicas de estabilidad
nacional, puede pretender “ejercer el control” de cualquier fenómeno
disfuncional que se presente en la estructura socio económica de la nación?
Pero… ¿si han repartido casas,
alimentos, electrodomésticos, artefactos tecnológicos, agotando con ello “todas
las medidas posibles para evitar la represión, por qué los pueblos insisten en
ser “delincuentes”? Si todas esas “prebendas” no han podido sostenerse en el
tiempo, es por culpa de la “guerra económica”, afirman. Así que exigimos
“lealtad absoluta”. Probablemente el pueblo, lo que esté pidiendo es “mano
dura”, aunque el “puño de hierro” contra la corrupción y la ineptitud gerencial
que ofreciera el otrora presidente Chávez en la antesala de su muerte, sea hoy
en día un finísimo guante de seda con el cual se “negocia” en las “altas
esferas”. En su lugar se proyecta un “mazo” exhibido por uno de los mayores
trogloditas de la política chavecista venezolana, allá en donde prolifera la
verdadera delincuencia generadora de todos los males sociales: la corrupción y
la venalidad de los funcionarios públicos.
Sin embargo, es necesario
edulcorar la píldora. Y allí están los medios y los “miedos” para aligerar el
trabajo de manipulación.
Es así como sin aún quitarse la
careta de “socialistas” (aunque cada día la exhiben menos, llegando a
sustituirla por la expresión de “territorios para la paz”, eufemismo alusivo
directamente a la premeditada operación de exterminio de grupos que están fuera
del “control del Estado”, que comenzó con la masacre de Quinta Crespo en la
cual cayó ajusticiado impunemente Odreman y sus compañeros) el actual gobierno
chavecista del presidente Maduro proclama su última panacea para resolver la
situación de inseguridad que se vive en el país (porque ahora resulta que se
convencieron que no era un asunto de “percepción de la realidad” auspiciado por
los opositores, sino que era real. Antes tuvieron que tirotearles y coserles a
puñaladas a sus propios peones del tablero politiquero, para que entraran en
razón).
Se trata de las OLP (Operación
Libertad y Protección del Pueblo), mecanismo represivo del Estado seudo
socialista para suspender las garantías constitucionales en las zonas más
vulnerables del territorio venezolano, sin causar mayor impacto mediático, en
el ámbito nacional, pero sobre todo, internacional. La mentalidad de los
dominados, por supuesto, celebra estas incursiones, casi con tanto fervor como
las personas de pensamiento de derecha, para quienes la existencia de los
pobres siempre será una amenaza potencial para sus privilegios.
Mediáticamente, estas operaciones
son todo un “éxito”. Han logrado capturar a los prófugos más antiguos del
crimen organizado, y han llevado “la paz y la tranquilidad” a sectores
populares que estaban atemorizados, según cuentan, por el hampa común y el
crimen organizado.
Lo cierto del caso es que los
medios nacionales y la prensa en general no están reseñando lo que realmente
está ocurriendo en estos operativos. Sólo nosotros, los de abajo, conocemos la
otra cara de la historia oficialista.
En los Operativos de las OLP,
todos nosotros somos sospechosos de ser “bachaqueros” y/o delincuentes. Todo
depende del lugar donde vivamos o transitemos. Todo depende de nuestra clase
social y todo lo que ella lleva implícito: forma de vestir, actuar, pensar…
Todo depende de nuestro color de piel y del grado de redes familiares y/o amistosas
que tengamos con el poder. Todo depende de que un mal día no nos demos de
narices con el poder y la autoridad de un policía, un guardia nacional o un
funcionario del Sebin de mal talante. Todo depende.
Quedan suspendidos los derechos
humanos en las barriadas populares, con la tenaz asunción de las OLP, mecanismo
idóneo del socialismo del siglo veintiuno para darle tranquilidad al “pueblo
venezolano”. Y uno se pregunta: ¿Es que alguna vez existieron los derechos
humanos en las barriadas populares o en las zonas rurales? No, pero ya no
puedes dar el tradicional grito del cerdo, camino al matadero. Allí está el
poeta Tarek William Saab para asegurarse de ello, e ir por el mundo entero
proclamando nuestra democracia a prueba de guarimbas y guerras económicas. Y
quien diga lo contrario, es sospechoso de traición.
La próxima vez que celebres una
incursión de las OLP en zonas humildes del pueblo venezolano, piensa que en
cualquier momento el blanco puedes ser tú,
que habrá quienes celebren el éxito de esta nueva versión del “plomo al
hampa” erigida por gobiernos que sólo anuncian socialismo mientras promueven
medidas neoliberales. Y que entonces, será bastante tarde para que hables de
organización y unidad popular.