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Revolución Continental

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lunes, 16 de diciembre de 2013

DEL EXCREMENTO DEL DIABLO A LA IDOLATRADA GASOLINA






Freddy Araque

Deus Ex machina la llegada de la Revolución Bolivariana congeló el precio de la gasolina; toda razón social lo justifica y su exótico olor —cual profecía de Casandra o abierta caja de Pandora— nada grato nos pronostica cuando cualquier animal político nos anuncia su aumento e irrevocablemente el argumentum ad hominem se invoca desde las excluyentes arenas.

A Mario, amigo de la infancia, a quien no gratuitamente apodaban Gasolina, un día lo sorprendí abriendo la tapa de la gasolina al jeep de mi padre, con la intención de introducir una estopa que siempre llevaba consigo en uno de los bolsillos de su pantalón y que a cada momento inhalaba con gran  avidez y deleite. Estos fueron los primeros antecedentes de drogadicción en mi pueblo…  Nunca más supe de Gasolina, sólo que era un niño problema, expulsado de la escuela, casi perseguido por su estigma de la estopa que a cada rato llevaba a su nariz y que alguna vez llegó a cogerle candela, al querer prender y fumarse un cigarro recién robado a su padre, mientras gritaba revolcándose desesperado por el suelo, al tiempo que nosotros nos quitábamos las camisas para apagar el incendio que emergía desde la faltriquera de su pantalón, su rostro cetrino aún lo recuerdo más pronunciado que nunca. Los dueños de vehículos, no serían muchos, siempre andaban reclamando a la madre de Gasolina, sus actos de piratería con el combustible a cualquier hora del día o de la noche.

La explosión social del 28 de febrero de 1989 está muy ligada sensorialmente  —como en el caso Proust con el sabor a las magdalenas—,  con nuestro olor a gasolina vernácula, sucesivos embates y conmociones políticas; tal era la situación agónica del puntofismo en esos convulsionados días de inflación, de acaparamiento de productos de primera y última necesidad, cháchara de Carlos Andrés Pérez y paquete neoliberal del FMI, fosas comunes de La Peste y de la IV república respectivamente, todo este escenario cuyo detonante fue el aumento del precio de la gasolina y el abuso de los gremios del transporte privado que —arteramente aún se hace llamar público— aumentando exageradamente el precio del pasaje urbano y colectivo.

Es inevitable que la cultura del venezolano sea gasolinera, tiene sus antecedentes en el mene, denominado así por nuestros indígenas añu y que servía para calafatear sus canoas y combustible para alumbrarse.  A partir del siglo pasado, con el arribo al poder y posteriores concesiones de Juan Vicente Gómez a las transnacionales petroleras gringas, se hace evidente el destino consumista donde la gasolina al lado del automóvil serán la carta de identidad  del modelo de desarrollo impuesto por la explotación capitalista, hechos brillantemente relatados por Miguel Otero Silva en “Oficina nº 1” y por Ramón Díaz Sánchez en “Mene”.

La maldición del excremento del diablo nos persigue, en el estado Táchira, concretamente en la Petrolea, se explotó por vez primera el oro negro en Venezuela. En ese entonces se producían unos cuantos barriles de kerosén que se vendían a la vecina ciudad de Cúcuta. Hoy en día la situación no ha cambiado, aunque ya no se producen derivados del petróleo en nuestro estado, el comercio del combustible a la hermana república, aluvional y onerosamente, mediante su red de complicidades, desde las más altas esferas del poder hasta el más ínfimo pimpinero a lo largo de las márgenes del río Táchira, se ha incrementado exponencialmente. Más allá de ideologías y gobiernos circundantes, ha pervertido el alma de sus habitantes, el campesino ya no tiene incentivos para sembrar, los insumos y fertilizantes de Agropatria como los productos del Mercal son monopolizados, siendo presa fácil de las mafias que lo ofertan y ofrendan al contrabando de extracción. El bachaqueo de todos los productos elementales de nuestro consumo no es una simple metáfora, es el entero desangramiento de la patria donde todos somos cómplices y responsables, a veces por omisión. Los bancos de la región venden los billetes de alta denominación a la mafia cucuteña que los compra para sus fines de blanqueado y pervertir el valor de nuestra moneda. El sistema de convertibilidad de vehículos de gasolina a gas para abaratar costos y evitar la contaminación del medio ambiente, propuesta de Hugo Chávez, apenas es un recuerdo vago del pasado que ninguna ley, por más habilitante que se ufane, desea entromparle; camiones enteros de cilindros de gas cruzan la frontera para abastecer al hermano país, mientras en nuestros barrios se pasa arrechera por no encontrar una pequeña bombona de Pdvsa Gas Comunal.

Bajo un embriagante olor a gasolina a la medida de todos los sueños, las sutiles redes del narcotráfico urden su abastecimiento eficiente, mientras  las ínfimas y altas cuotas que contrabandistas de oficio y comerciantes sin escrúpulos aportan a autoridades militares permiten que el contrabando sea “legalizado” a la luz del día y a la luz de la complicidad de la noche.

¡Comunas o nada!
Hugo Chávez Frías.

fredy.araque@gmail.com