Freddy
Araque
Deus
Ex machina la llegada de la Revolución Bolivariana congeló el precio de la
gasolina; toda razón social lo justifica y su exótico olor —cual profecía de
Casandra o abierta caja de Pandora— nada grato nos pronostica cuando cualquier
animal político nos anuncia su aumento e irrevocablemente el argumentum ad
hominem se invoca desde las excluyentes arenas.
A
Mario, amigo de la infancia, a quien no gratuitamente apodaban Gasolina, un día
lo sorprendí abriendo la tapa de la gasolina al jeep de mi padre, con la
intención de introducir una estopa que siempre llevaba consigo en uno de los
bolsillos de su pantalón y que a cada momento inhalaba con gran avidez
y deleite. Estos fueron los primeros antecedentes de drogadicción en mi
pueblo… Nunca más supe de Gasolina, sólo que era un niño problema,
expulsado de la escuela, casi perseguido por su estigma de la estopa que a cada
rato llevaba a su nariz y que alguna vez llegó a cogerle candela, al querer
prender y fumarse un cigarro recién robado a su padre, mientras gritaba
revolcándose desesperado por el suelo, al tiempo que nosotros nos quitábamos
las camisas para apagar el incendio que emergía desde la faltriquera de su
pantalón, su rostro cetrino aún lo recuerdo más pronunciado que nunca. Los
dueños de vehículos, no serían muchos, siempre andaban reclamando a la madre de
Gasolina, sus actos de piratería con el combustible a cualquier hora del día o
de la noche.
La
explosión social del 28 de febrero de 1989 está muy ligada sensorialmente —como
en el caso Proust con el sabor a las magdalenas—, con nuestro olor a
gasolina vernácula, sucesivos embates y conmociones políticas; tal era la
situación agónica del puntofismo en esos convulsionados días de inflación, de
acaparamiento de productos de primera y última necesidad, cháchara de Carlos
Andrés Pérez y paquete neoliberal del FMI, fosas comunes de La Peste y de la IV
república respectivamente, todo este escenario cuyo detonante fue el aumento
del precio de la gasolina y el abuso de los gremios del transporte privado que
—arteramente aún se hace llamar público— aumentando exageradamente el precio
del pasaje urbano y colectivo.
Es
inevitable que la cultura del venezolano sea gasolinera, tiene sus antecedentes
en el mene, denominado así por nuestros indígenas añu y que servía
para calafatear sus canoas y combustible para alumbrarse. A partir
del siglo pasado, con el arribo al poder y posteriores concesiones de Juan
Vicente Gómez a las transnacionales petroleras gringas, se hace evidente el
destino consumista donde la gasolina al lado del automóvil serán la carta de
identidad del modelo de desarrollo impuesto por la explotación
capitalista, hechos brillantemente relatados por Miguel Otero Silva en “Oficina
nº 1” y por Ramón Díaz Sánchez en “Mene”.
La
maldición del excremento del diablo nos persigue, en el estado Táchira,
concretamente en la Petrolea, se explotó por vez primera el oro negro en
Venezuela. En ese entonces se producían unos cuantos barriles de kerosén que se
vendían a la vecina ciudad de Cúcuta. Hoy en día la situación no ha cambiado,
aunque ya no se producen derivados del petróleo en nuestro estado, el comercio
del combustible a la hermana república, aluvional y onerosamente, mediante su
red de complicidades, desde las más altas esferas del poder hasta el más ínfimo
pimpinero a lo largo de las márgenes del río Táchira, se ha incrementado
exponencialmente. Más allá de ideologías y gobiernos circundantes, ha
pervertido el alma de sus habitantes, el campesino ya no tiene incentivos para
sembrar, los insumos y fertilizantes de Agropatria como los productos del
Mercal son monopolizados, siendo presa fácil de las mafias que lo ofertan y
ofrendan al contrabando de extracción. El bachaqueo de todos los productos
elementales de nuestro consumo no es una simple metáfora, es el entero
desangramiento de la patria donde todos somos cómplices y responsables, a veces
por omisión. Los bancos de la región venden los billetes de alta denominación a
la mafia cucuteña que los compra para sus fines de blanqueado y pervertir el valor
de nuestra moneda. El sistema de convertibilidad de vehículos de gasolina a gas
para abaratar costos y evitar la contaminación del medio ambiente, propuesta de
Hugo Chávez, apenas es un recuerdo vago del pasado que ninguna ley, por más
habilitante que se ufane, desea entromparle; camiones enteros de cilindros de
gas cruzan la frontera para abastecer al hermano país, mientras en nuestros
barrios se pasa arrechera por no encontrar una pequeña bombona de Pdvsa Gas
Comunal.
Bajo
un embriagante olor a gasolina a la medida de todos los sueños, las sutiles
redes del narcotráfico urden su abastecimiento eficiente, mientras las
ínfimas y altas cuotas que contrabandistas de oficio y comerciantes sin
escrúpulos aportan a autoridades militares permiten que el contrabando sea
“legalizado” a la luz del día y a la luz de la complicidad de la noche.
¡Comunas
o nada!
Hugo
Chávez Frías.
fredy.araque@gmail.com