FREDDY ARAQUE
—¡Ay, señor—dijo la sobrina—. Bien los puede vuestra
merced mandar quemar, como a los demás; porque no se-
ría mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfer-
medad caballeresca, leyendo éstos se le antojase de hacer-
se pastor y andarse por los bosques y prados cantando y
tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta, que, según
dicen, es enfermedad incurable y pegadiza.
Miguel De Cervantes.
Las políticas editoriales del estado venezolano, el fermento
indetenible de la educación popular, la irrupción masiva de distintos medios
impresos y digitales, concursos literarios en sus respectivos géneros, apertura
de librerías y bodegas culturales, realización constante de ferias del libro a
precios accesibles a todos los lectores en espacios abiertos y públicos a lo
largo y ancho del país, recitales y conversatorios con presencia de escritores
de diversas nacionalidades junto a los escritores del patio, así como otras
alternativas individuales y grupales que, con igual fin de incorporar adictos y
adeptos a la palabra creadora, indefectiblemente a todos los venezolanos, de
ayer y de hoy, nos lleve siempre a reconocernos en la sempiterna república de
las letras.
Sin ningún prurito a la historia ni a las etimologías, en
este asunto de adictos y adeptos a la palabra, traemos a colación una reseña
del prólogo a la primera gramática de la lengua castellana, escrita por el
filólogo español Don Antonio de Nebrija y publicada en el año de 1492, y
dedicada a su majestad la reina Isabel la Católica que, por esos mismos días,
después de haber firmado el Decreto de la Alhambra, sobre un borrador de Tomás
de Torquemada y que contemplaba la expulsión de moros y judíos de España, al
mismo tiempo que se financiaban los viajes de conquista y colonización de
Cristóbal Colón a la Abya Yala y que por esas mismas fechas, persuasivo, en el
tal prólogo, el filólogo advertía: “siempre la lengua fue compañera del
imperio; et de tal manera lo siguió, que junta mente començaron, crecieron et
florecieron, et después junta fue la caida de entrambos.”
Así comenzaba la aventura de la lengua castellana por estos
predios —donde las letras de las culturas originarias Maya Quiché ya habían
plasmado el texto sagrado del Popol Vuh— y a partir de entonces, desde el mismo
diario de Colón, pasando por los relatos de cronistas de indias e historiadores
diversos, la historia del idioma actual, con afinque en la obra de Cervantes, a
quien nunca permitieron venir a las Indias, no volvería a ser la misma bajo el
mestizaje de nuestras lenguas y culturas que, finalmente, habrían de reflejarlo
para la posteridad, en obras pertinentes como la de Hernán Cortez, Bernal Díaz
del Castillo, Fernández de Oviedo, Juan de Castellanos, Alonso de Ercilla, Fray
Bartolomé de las Casas, Garcilaso Inca de la Vega y otros más.
De ahí que Nebrija en tan significativa fecha, unificados
los reinos de Castilla, León, Aragón y Granada, y en proyección a los
inmediatos intereses del incipiente imperio, tenía muy claro el papel que en
ese momento histórico habría de jugar la imposición de la lengua española para
la cristiandad futura; y no por azar el papa Alejandro VI (Rodrigo de Borja),
con sus bulas de donación para los reyes católicos de España y de Portugal
—reajustados al año siguiente por el tratado de Tordesillas— repartió muy
pródiga y calculadamente las tierras del “nuevo continente”: El tercero
provecho deste mi trabajo puede ser aquel que, cuando en Salamanca di la
muestra de aquesta obra a vuestra real majestad, y me preguntó que para qué
podía aprovechar, el mui reverendo padre Obispo de Avila me arrebató la
respuesta; y respondiendo por mi dixo que después que vuestra Alteza metiesse
debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, y
con el vencimiento aquellos ternían necessidad de recebir las leies quel
vencedor pone al vencido, y con ellas nuestra lengua, entonces, por esta mi
arte, podrían venir en el conocimiento della, como agora nos otros deprendemos
el arte de la gramática latina para deprender el latin.
También nosotros, precisamente por estas fechas, a
doscientos años de nuestra independencia, si pertinente es reivindicar la gesta
emancipadora de Simón Bolívar —genio militar y paladín de la libertad
suramericana— también lo es a su infatigable condición de cultor de la palabra,
he ahí sus cartas y partes de guerra recogidas en su obra completa, como de
igual manera hay que reconocerlo en la figura del gran Francisco de Miranda;
todo esto a la par de la no menos singular acción educativa y revolucionaria de
Simón Rodríguez; gestas que se complementan cada día con mayor nitidez cual
faro que ilumina constantemente nuestra conciencia histórica en devenir de
nuestra identidad libertaria y fundamento de gran patria Bolivariana.
Simón Rodríguez, —puntal de la educación liberadora
proclamada años después por Paulo Freire— convicto y confeso promotor de la
lectura en su proyecto de educación republicana, un adelantado a su tiempo,
harto difícil en congeniar con miserias del poder de pareceres y opiniones en
contra de la razón, pues incomprendido la mayor parte de las veces en su
tiempo, por mismo Sucre cuando fue presidente de Bolivia, nos dejó un
significativo testimonio, no sólo como pedagogo sino también como escritor y
filósofo para la posteridad de refundar repúblicas con nuevos ciudadanos, mismo
eco que retumba en el hombre nuevo del Che Guevara.
Si en La Gaceta de Caracas la palabra escrita tuvo sus
adeptos y adictos , en función a intereses del poder hegemónico imperial, bien
es cierto que en El Correo del Orinoco —trinchera de las ideas, según Bolívar—,
en sus colaboradores y lectores, igualmente tuvo sus adeptos y adictos al
proyecto independentista liberador de la Gran Colombia.
Siendo constantemente la palabra el medio, también su
mediación es el escenario donde se libran los combates del significado y la
comunicación más allá del desarrollo de nuevos medios y tecnologías, la
racionalidad del ser humano siempre ha tenido un puntal de lanza en la
literatura… Parábola e ironía magistral del destino de la misma, podría ser la
quema de la Biblioteca de Alejandría, achacada a Julio César e indistintamente
al califa Omar en otras ocasiones, los textos satanizados y quemados por la
Santa Inquisición —Index librorum prohibitorum—; y sutilmente, como revival
emparentado en tal acción, están los hechos del capitulo VI, de la primera
parte del Quijote de La Mancha, “Del donoso y grande escrutinio que el cura y
el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo”; cuando el ama
y la sobrina condenaron todos los libros leídos por Don Quijote a la hoguera,
salvo que el cura tuvo la idea de leer los títulos antes, y aunque condenó al
Amadís de Gaula, el barbero que era lego y avezado lector, le salvó del fuego,
por ser el mejor libro de caballerías editado en España y que por ser único en
su arte se debía perdonar; otro tanto más reciente se da en Fahrenheit 451 de
Ray Bradbury, donde la felicidad es cuestionada por la lectura perturbadora de
los libros a los que hay que incinerar para igualar la condición humana,
situación no lejana a las quemas de libros ejecutadas durante el III Reich, en
especial las ocurridas la noche del 10 de mayo de 1933, cuando los nazis
incendiaron miles de ejemplares de autores judíos y extranjeros en casi todas
las librerías y bibliotecas de toda Alemania, incluyendo un ejemplar de la
primera edición del Manifiesto Comunista de Federico Engels; algo similar haría
la dictadura de Augusto Pinochet en Chile en 1973, después del golpe militar y
asesinato de Salvador Allende.
Salve grey a la que el humilde orfebre alemán Johannes
Gutenberg consagró su invento para redimir —desde 1616, éste, y, cada 23 de
abril que conmemora la desaparición física de Don Miguel de Cervantes—, letra a
letra, la palabra nuestra de cada día, al arte de escribir y leer el alma de
nuestros semejantes cual espejo que nos devuelve la humana experiencia en signo
de canto y sueño libertario.
fredy.araque@gmail.com