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Revolución Continental

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sábado, 23 de marzo de 2013

Maduro y Capriles: CAIMANES DEL MISMO POZO









Colectivo PRV-Tercer Camino

Nuevamente se inicia en Venezuela otro proceso electoral, para solamente consolidar  los privilegios que tiene la clase política venezolana y  particularmente las elites de los partidos políticos, es muy difícil creer que en la “oposición”  “HAY UN CAMINO” o que  el candidato del gobierno es el “EL NUEVO CORAZÓN DE LA PATRIA”. Semejantes consignas burlan el sentimiento de un pueblo que sigue aspirando realmente que su destino cambie, en el cuadro de la justicia social.

Pensar que mientras convierten a un pueblo, sobre todo a las clases sociales más humildes, en simples mendigos, donde se le otorga las migajas que la clase política en campaña electoral les asigna a través de becas, ayudas, mercados, pacas de cemento, hojas de zinc, una cocina o un televisor y “empleos” temporales en forma de contratos, las clases políticas disfrutan con gran voracidad la renta petrolera que pertenece en igualdad de condiciones a todos los venezolanos.

En éste país,  cualquier alcalde, concejal, gobernador, ministro, diputado o cualquier otro funcionario de alta jerarquía, cambia de estatus social y económico al no más tomar el poder y allí comienza su carrera de enriquecimiento.

Esta relación hay que hacerla, porque la clase política de ayer y la de hoy, siempre ha tenido esta conducta incólume, representan el sector parasitario del Estado, porque se alimenta de él, sin mayor esfuerzo, sin mayor consideración, sin mayor vergüenza, degenerados por la riqueza mal habida, producto del saqueo, el robo y el tráfico de influencia. Unos, los de ayer, a nombre de la democracia y los de hoy, a nombre del socialismo del siglo XXI.

El día que nuestro pueblo decida levantarse y tomar el cielo como lo hace nuestro Cóndor de los Andes, sin límites y restricciones y donde la libertad, acompañada de la justicia social, elimine los partidos políticos, los privilegios económicos de los parlamentarios, se elimine la figura presidencial a cambio de una junta de gobierno (por ej.), donde las elecciones sean por uninominalidad y expresión directa de las comunidades a través de una Constituyente Originaria, estaremos marcando el camino hacia la verdadera democracia participativa y protagónica del pueblo, para darle horizontalidad al nuevo gobierno, sin relaciones de poder, que surja de un hecho constituyente, capaz de aplastar las viejas civilizaciones. Desde luego que plantearse esto, resulta una herejía para las clases políticas y económicas y una utopía para los que militamos en la misma. Utopía y herejías, que la historia se ha encargado a través de sus categorías (espacio-tiempo-humanidad) de no negarlas y que son posibles de realizar.

Los que estamos militando en la utopía, los que no creemos en los procesos electorales tal y como están planteados para cambiar el sistema, seguimos perseverando, en la lucha por un nuevo modelo civilizatorio, pues hasta el momento lo que se ha intentado no ha servido para hacer revolución, pues creemos que los discursos del gobierno sirven para ganar elecciones y no para hacer revoluciones.

Hoy más que nunca, hay que aprender de las experiencias del pasado, Fabricio Ojeda nos decía al respecto: “La propia experiencia, además del estudio de la teoría política, demuestra que a esta altura de la historia, nada tiene que buscar nuestro país en el cambio de una camarilla por otra; o de un partido o grupo de partidos por otro partido o grupos de partidos. Lo que se trata de lograr es un cambio revolucionario, de fondo, en la composición social del gobierno que sea capaz de modificar las estructuras mismas del país y consolidar un régimen independiente, liberado del imperialismo y la oligarquía. La magnitud y causas de los problemas nacionales requieren, sin duda, la conquista del Poder por una alianza de las clases populares democráticas y progresistas con la fuerza suficiente en lo político y militar para hacer frente a las fuerzas de la reacción. (Ojeda, Fabricio. “La guerra del pueblo”. Edit. Domingo Fuentes. Caracas. 1970. pp. 50-51).