Por:
Cristina Gil
Aquel movimiento popular con potencialidades transformadoras
que otrora fuera el chavismo se encuentra en su declinación, y su situación
actual obliga una revisión objetiva de nuestra historia más reciente. Hasta el
año 2006, la movilización y autoorganización popular fueron la base sobre la
cual se apoyó el gobierno para enfrentar el golpismo de la derecha. No
obstante, una vez derrotada la ofensiva antipopular de los empresarios, la
Iglesia, la burocracia sindical y los partidos tradicionales, el gobierno
arrastró a esos sectores a una mesa de negociaciones y con su mira puesta sobre
el entonces fortificado movimiento popular, apuntaló su corporativización con
la creación del malquerido Psuv. La consecuencia más inmediata de esta medida
fue la domesticación de las fuerzas populares y el abono de un terreno propicio
para la conciliación y consolidación de los pactos.
Luego del golpe de estado del 2002 y con mayor rapidez luego
del 2006, debimos observar cómo la mano del gobierno que nos habíamos dado a
través de varias elecciones, y que defendimos aún con nuestros cuerpos, pactaba
con los intereses empresariales de la burguesía nacional y las trasnacionales.
El ejemplo más claro de estos pactos es la creación de las empresas mixtas, que
hacen de las empresas de capital extranjero co-propietarias de nuestros
hidrocarburos. En este sentido hay que decir que la estrategia del gobierno
chavista de alianza con la burguesía y las transnacionales fracasó tanto para
construir un nuevo modelo socialista, como para superar en términos
capitalistas nuestra dependencia económica. Los pactos sostenidos no pudieron
provocar más que un descreimiento consecutivo entre las bases chavistas, y la
desaparición física de Chávez agravó la notoriedad de estas conciliaciones y
acuerdos pro-capitalistas. Ya ubicados en un punto de no retorno, nos
encontramos entonces ante el monstruo de la burocracia roja y gobernados por la
temible “derecha endógena”, la misma a quien se le endilgaba todas las fallas
gubernamentales, que no debían hacer mella en el liderazgo de “nuestro
Comandante”. En este contexto, hoy el debate político es casi inexistente en el
Psuv, mientras que entre el pueblo chavista se hace visible no sólo el
desencanto sino un estado de incertidumbre que anula cualquier posibilidad de
alimentar un intercambio de ideas en torno a los momentos que históricamente
vivimos, cómo podemos afrontarlos y de qué modo debemos garantizar la
reorganización de nuestras fuerzas en pro del avance y proyección de nuestros
pasos hacia un sendero verdaderamente socialista.
Ningún “golpe de timón” reorientará el destino de esta
traición a las aspiraciones de un pueblo, porque no se están cuestionando las
bases estratégicas de este proyecto político ni su compromiso con los intereses
de la burguesía y las trasnacionales. Es este y no otro el principal legado de
Chávez. Son la boliburguesía corrupta, la burocracia sin límites, los pactos y
la explotación constante de un Estado que pretende criminalizar los intentos
organizativos de los trabajadores e imponer sindicatos patronales. Todo un
cúmulo de vicios estatales aupados por un discurso gobiernero según el cual en
nuestro país el poder lo ejerce el pueblo y no una cúpula militar-empresarial
que usa como cortina la figura caricaturesca de un presidente-obrero.
Presidente que en nuestro caso además es movido por una
laxitud asombrosa que conjuga un discurso moralista, católico y de desenfado
postizo con llamados a la obediencia, la unidad y la domesticación.
Evidentemente, al sustituir a Chávez -portador de un genuino
prestigio popular- por su caricatura, Maduro, el gobierno se tambalea como
presidente en bicicleta.
Una podrá admitir que fue Chávez quien, aún llegando al
poder desde la negación al socialismo y coqueteando con la socialdemocracia de
la tercera vía, logró hacer que la población elevara sus niveles de
participación y confianza en la lucha política, perdiera el miedo a las
palabras “revolución”, “socialismo”, y alzara las banderas del poder popular y
la lucha de clases. Fue este personaje inesperado en el panorama político del
momento quien capitalizó casi medio siglo de resistencia popular al modelo puntofijista
y surgió en la ocasión justa de la crisis terminal de ese modelo. Por ello sus
consignas en favor de una Asamblea Constituyente y en contra de la rapiña
neoliberal, hicieron eco en la población venezolana. Pero indudablemente
también habrá que reconocer que el discurso chavista fue siempre una neblina de
indefiniciones. Por ejemplo, nunca se explicó cómo alcanzaríamos la justicia
social sin nacionalizar plenamente la industria petrolera o socializar los
grandes monopolios que subsisten hasta el día de hoy.
Ese discurso plagado de indefiniciones nos situó en el punto
en que hoy hablar de revolución, poder popular y socialismo es casi como hablar
de mantequilla: a muchos parece encantarle y están convencidos de que se come
con cualquier masita -incluso con candidaturas puestas a dedo, imposición de
los criterios faranduleros de animadores, reguetoneros y atletas, llamamientos
a la inmovilización “pues ya el socialismo está dado” (como diría el diputado
psuvista, Darío Vivas), concursos de belleza financiados con dinero del Estado
(el mismo Chávez le ofreció plata a Ivián Sarcos para su fundación -¿existirá?-
“Belleza con propósito” y enterró con un cheque todas sus pretensiones
feministas), manutención de las mafias burocrático-empresariales como las encabezadas
por personajes nefastos como el tal maestro Abreu, que no son sino la evidencia
de la continuidad de una política cultural que invierte el presupuesto en
grandes espectáculos y un par de fundaciones, a despecho de la posibilidad de
apoyar experiencias de educación popular en el área de las artes. Como guinda
del postre, las alabanzas permanentes al catolicismo y las alianzas con sus
representantes institucionales. Si a muchos nos incomodó el crucifijo
conciliador de Chávez esgrimido en el 2002, Nicolás Maduro nos terminó de
pasmar ante el colmo del temor a dios y sus promotores comerciales.
Catorce años han transcurrido y no hemos visto la
expropiación de los grandes empresarios, ni el castigo de los grandes
corruptos. No se ha materializado un modelo alternativo sin explotación, con
igualdad, respetuoso de los derechos de los pueblos indígenas, con soberanía
alimentaria y sin impunidad. Lejos de ello, vemos como el gobierno ha tendido
en bandeja de plata a los sectores más podridos de nuestra sociedad, aquellos
que derrotamos en el 2002, la retoma del poder, esta vez por la vía electoral.
Sin otro recurso al cual apelar, el gobierno “resucita” a Chávez para ordenar,
por enésima vez, que se mantenga disciplinado y rodilla en tierra al lado de
los boliburgueses. La manipulación emocional está a la orden del día y cada vez
que llueve, suponemos que hay que sentir nostalgia y llorar de agradecimiento.
Quien no acate la línea, es “falto de conciencia”, “anarquista”, “radical”,
“ultroso”, “infiltrado”, o algo peor, un escuálido impenitente que merece no
sólo el desprecio sino las varias formas de la persecución y el acoso personal.
Se trata, ni más ni menos, de un vil chantaje en pro del mantenimiento del
actual estado de cosas.
Romper con esa manipulación, “sacarse a Chávez del corazón”,
para poder mirar fríamente su legado -desde una perspectiva más política que
moral- es algo que sólo podremos lograr si nos detenemos a observar y analizar
las tácticas de las cuales se vale el poder para situarnos en una posición de
sumisión y dependencia. El día que nos sentemos frente a VTV y el culto a la
personalidad que este medio aúpa a toda hora ya no nos arranque lágrimas sino
que nos ofenda en lo más profundo de nuestra dignidad, entonces habremos dado
un paso al frente hacia la ruptura con el chantaje; estaremos en plena
capacidad de ponernos de pie y alzar la voz, avanzar y reclamar lo que nos
corresponde -que no son migajas, dádivas o favores de un gobierno- sino
verdaderas políticas revolucionarias que nos entreguen el control de nuestros
destinos y nos permitan el verdadero autogobierno.
Quienes creímos en Chávez y vemos hoy la necesidad de
mirarlo y mirarnos en retrospectiva, atravesamos por un proceso desgarrador. No
podría ser de otra forma. Necesitamos la ruptura porque creemos en el verdadero
socialismo, queremos alcanzarlo y sabemos -enteramente lo sabemos- que ese
socialismo no lo alcanzaremos mientras sigamos atados al chavismo oficial,
inmovilizados por el chantaje, convencidos de que debemos soportar todo con tal
de que no vuelva al gobierno la derecha pro-imperialista de la MUD. El
socialismo verdadero, sin latifundistas, empresarios, trasnacionales,
burócratas ni boliburgueses, nos exige esa ruptura, salir -en términos del
compañero Roland Denis- de “la nube hipnótica del chavismo”.
Dentro de todo este panorama, el ninguneo por parte de los
medios públicos y privados a la existencia de una izquierda autónoma, se debe a
que tácitamente reconocen que Psuv y MUD son los dos pilares partidistas del
capitalismo en Venezuela, y que ambos tienen mucho que perder con el
surgimiento desde las bases populares de un polo verdaderamente revolucionario.
Por ello es claro que conducirnos hacia un camino de autonomía y profunda lucha
social nos tomará años de trabajo organizativo. En este sentido, la
construcción de un Sistema Comunicacional verdaderamente libre no sólo de las
líneas políticas conductoras del Estado y de los sectores privados sino de los
códigos heredados del chantaje y la manipulación, es una necesidad imperiosa
para quienes ante la inevitable concertación chavismo-MUD, apostamos a generar
un saldo organizativo mínimo capaz de conducir la resistencia y evitar la
desmoralización de una clase social que ha sido nuevamente traicionada.