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Revolución Continental

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sábado, 16 de octubre de 2010

Los mineros chilenos: solidaridad ficticia en la tierra del “sálvese quien pueda”














Como millones de otras personas, sentí una alegría enorme al ver que los mineros atrapados en la mina San José en Chile salieron con vida de su angustiante y clautrofóbico encierro, al que fueron condenados por casi 70 días gracias a la negligencia de los empresarios mineros. No pude sino emocionarme de ver que esta terrible historia de congoja y sufrimiento llegaba a un final feliz y que las lágrimas se trocaron en explosiones de carcajadas. Pero a la vez, junto a la alegría por ver a esos 33 condenados volver a la vida, no dejé de sentir una mezcla de repulsión y rabia por el espectáculo montado por los mismos sepultureros de estos hombres. No quiero sonar a aguafiestas, pero cuando se calme la natural euforia que embarga al país, habrá muchas preguntas que hacerse.

La primera es que aunque el gobierno intente sacar desvergonzadamente dividendos políticos de este milagro que hayan quedado con vida sepultados por toneladas de roca a 700 metros de profundidad, la realidad es que ¡en primer lugar no deberían haber sido sepultados! Esa mina había sido clausurada por cuestiones de seguridad y fue vuelta a abrir precisamente por la política del gobierno que sacrifica la seguridad y la vida de los obreros para beneficio de una casta de empresarios. Además, en momentos en que tanto gobierno y empresarios los daban por muertos, fue el tesón de los propios mineros, de sus propios compañeros que aportaron información y experiencia, y que no permitieron que se frenara la búsqueda hasta encontrarlos. Que los mineros estén con vida, no es por obra y gracia del gobierno de Piñera, sino que gracias a la perseverancia de los obreros que presionaron para que el rescate se llevara a efecto, y gracias a la pericia de los propios mineros que supieron como manejar su situación en el subsuelo. De ser por el gobierno y los empresarios, estos mineros habrían sido olvidados y abandonados como cientos de otros obreros que anualmente son olvidados y abandonados cuando mueren en accidentes laborales, la inmensa mayoría prevenibles.

Pero cuando llegaron las cámaras, inmediatamente cambia esa indiferencia, por una preocupación casi febril y el país y sus clases dirigentes son poseídos por el síndrome Teletón, por la sonrisa ensayada ante las cámaras, por los abrazos entre víctimas y verdugos. Esta es la solidaridad del engaño, porque no nos olvidemos que vivimos en un país tremendamente poco solidario, un país donde prima la lógica del sálvese quien pueda impuesta a sangre y fuego por casi cuatro décadas de orgía neoliberal. Solidaridad del engaño porque es una solidaridad que se utiliza para provecho propio: para aumentar los índices de popularidad, para hacer propaganda y marketing, para sacar capital político. Apple les regalará I-pods, Farkas les tira cinco millones a cada uno, otros les ofrecen vacaciones en las islas griegas, otros los llevarán a ver partidos del Real Madrid y del Manchester United, un político de tercera categoría (que incidentalmente es el presidente) se toma fotografías con ellos… cada cual los utiliza de la manera más descarada para hacer propaganda a su producto, a su club deportico, a su país, a su gobierno. No dejo de sentir un mal sabor en la boca al percibir como se les sigue explotando de semejante manera.

A tal grado llega la manipulación, que Piñera llama al mundo a recordar a Chile como el país del rescate y a olvidarse de la dictadura de Pinochet: la que lo hizo multimillonario, con riquezas más allá de lo que la inmensa mayoría del mundo puede imaginar. Pensemos cuál sería la reacción del mundo si la canciller alemana Angela Merkel pidiera al mundo olvidarse de Hitler. No puedo dejar de sentir una honda repugnancia ante este oportunismo tan vil. Pero no me sorprende. Mal que mal, es parte del proyecto del bloque dominante de limpiar el “pecado original” de nuestra ejemplar democracia, de olvidar el “lapsus” autoritario-dictatorial que ahogó en sangre las esperanzas de tres generaciones de chilenos, parte de esa amensia colectiva impuesta por los dueños del país. Esta no fue sino otra oportunidad más para machacar lo que nos vienen machacando hace veinte años.

El nuestro es un país que vive de ficciones, y no deja de llamar la atención el formato de Reality Show de todo este rescate, un reality show en el cual, por supuesto, se incluyó la nota picante de amantes y otros escándalos para entretener al perraje. Un Reality Show en el cual se borraron las razones de esta tragedia, la causa de que estos hombres hayan sido sepultados: un modelo económico que busca obtener el máximo de ganancias al menor costo posible. Un modelo que está llevando subcontratistas, trabajadores en condiciones de precariedad terribles, a las minas y otras faenas a hacer labores de riesgo que en no pocos casos se cobran sus vidas, mientras sus patrones amasan enormes fortunas.

Esta no es sino solidaridad ficticia, esa solidaridad que existe ante las cámaras, ante la farándula, pero que desaparece en la interacción anónima y cotidiana de nuestras grises ciudades. Esa solidaridad ficticia se distribuye como una aspirina para alimentar la imagen inflada que tenemos de nosotros mismos. Pero ante todo, es una solidaridad ficticia porque esta solidaridad entre el sepultado y el sepulturero desaparece en medio del mar de desigualdades de un país donde ni la sociedad ni la economía tienen a la solidaridad como su eje rector. Un ejemplo: mientras todo el mundo ofrece contratos millonarios a los obreros, su empresa se niega a pagarles el sueldo por el tiempo que pasaron bajo tierra. Estando los mineros forrados en plata, seguramente ni siquiera les importará recibir esa miseria de sueldo, pero hay miles de otros obreros menos afortunados que languidecen en el Hospital del Trabajador ante la indiferencia empresarial sin sueldo mientras están incapacitados de trabajar. Eso es el capitalismo.

No nos olvidemos que en este país murieron 439 trabajadores el 2009 en diferentes accidentes laborales y con ellos no hay solidaridad. Porque a ellos sí que se los puede llevar la mina, o el camino, o el mar, o la obra, ante la mirada indiferente de las autoridades y de una casta empresarial criminal. 439 seres humanos que tienen el mismo talento, el mismo derecho a vivir, a reír, a gozar a plenitud de todo lo bueno de la vida que los 33 mineros que recientemente han vuelto a la vida.

Por eso tuve muchos sentimientos encontrados con el rescate y con la cobertura que éste recibió. Porque más allá de la alegría que sentimos todos por la suerte de que estos obreros salieran con vida, más allá de tanta sonrisa plástica de los duros de la farándula, de tantas visitas y abrazos presidenciales, más allá de tanta “generosidad” demostrada ante las cámaras por las empresas (o más bien, por sus departamentos de marketing), no dejo de pensar en los miles de desafortunados que son anualmente sacrificados en el altar de la ganancia de los empresarios y para los cuales no existe sino indiferencia. No puedo dejar de pensar que si estos mismos obreros se hubieran organizado para no permitir que se trabajara en condiciones precarias e inseguras, de haberse resistido a ser sepultados, habrían sido tratados como delincuentes. No puedo dejar de pensar en un país que se dice solidario, pero que permitió, en este mismo lapso de tiempo, que 32 presos políticos mapuche, incluidos menores de edad considerados “terorristas”, vieran consumirse su organismo en una huelga de hambre que se invisibilizó ante la prensa internacional y que fue tratada con un paternalismo monstruoso por parte del gobierno. No puedo dejar de pensar en nada de esto, aún cuando sienta una inmensa alegría por ver a los mineros volver a la vida.

País hipócrita, país de mierda.

Por: José Antonio Gutiérrez / Chile
Fuente: elpueblosoberano.net