¡LOS NADIES VUELVEN A LA CARGA!
Freddy Araque
Por aquellos días culebreros del 2000 al 2002... estábamos
en todas partes latiendo en todas las cuevas con la palabra en ristre y
alebrestados con la realidad política que se estaba gestando y que apenas
podíamos vislumbrar con nuestro arsenal de versos y metáforas sangrantes;
pegándole fiaos del mejor pescado que se comía en la ciudad al negro Emilio en
“El Mar” el viejo bar de la calle 9 que nunca cerraba a ninguna hora; también
la noche y el día podían juntarse sin que nos diéramos cuenta en Ciudad Zero,
donde Moncho, el rockero o perro covero más emblemático del tinglado local,
nunca le permitieron lucirse como a la Soto Blues Band, pero sí a Ranamax,
David (baterista en la foto de A.B. López a la derecha), Alejandro y a Chucho
(cantante a la izquierda), jefe de la banda, quien había establecido otra
guarida alternativa —de lo poco que había podido salvarse de la estafa hecha
por Rafael Caldera y los banqueros prófugos con auxilios financieros del
estado— frente al Banco de Maracaibo, patrimonio arquitectónico de la ciudad
—que desgraciadamente el infame cura Calderón, acólito del neoliberalismo copeyano,
negoció con los narcos promotores de san andresitos como han convertido hoy a
San Cristóbal—, y helo ahí, al aire libre entre anónimos transeúntes citadinos,
rodeado de chicas y chicos, hippies trasnochados, rastas y hasta poetas serios
sin corbata como Antonio Mora, todos arrobados entre los mágicos efluvios del
ámbar y la mirra tomando en cuenta los últimos sucesos de la poesía quisiera
preguntar me urge qué tipo de adjetivos se deben usar, desde tempranas horas
consultando y departiendo con Chucho, quien también hacía de estafeta de
periódicos anarquistas distribuidos entre los panas más cabilla; así que aquel
líder de la banda punk Los Residuos, quien tiempo después, mientras hacíamos
una sesión de gráficas con el fotógrafo Ciro Joya para Sujeto Almado, me entero
que aquel chaval era también mi tocayo, y no sólo era el vendedor de incienso
que todos consideraban y que algunos recuerdan…, me lo advirtió Miguel Ponce,
al protagonizar a Comegato de Gustavo Ott, de igual modo Carlos Tovar, director
de Kinimarí cuando le dirigió en “El telescopio del Doctor Luna” haciendo de
Calcetín, en la difícil técnica del títere de guante; en estos predios jamás se
conoció un vendedor de inciensos tan original como éste…, quien no estaba
dispuesto a rendirle cuentas a la corporación del Bhaktivedanta Swami
Prabhupada, sino a un proyecto editorial que rompiera los esquemas de lo que
hasta ahora había sido el rol de un escritor en provincia o en tierra de nadie
y nadie puede negar que no lo lograra exitosamente.
Todo tiempo detractores ha tenido, no hace falta ni
contarlo, y fue así como, por orden del Gran Hermano, el innombrable gobernador
evangélico, sepulturero de la revolución en el Táchira, intempestivamente salió
del aire el programa de radio “Después de Misa, irreverente programa dedicado a
la promoción de la lectura y a exaltar la poesía y la obra de los nobeles
escritores tachirenses, para ofrecer a la audiencia de la Radiodifusora
Cultural del Táchira las prédicas apocalípticas del telepredicador Marion Gordon
Robertson.
La foto en referencia, sin ninguna alusión al cuento de Luis
Britto García, corresponde a un recital en La Botija de Barrio Obrero, frente
al majestuoso gajo con aviso "Cave Canem" del pana Rafael Giordanelli
—en aquellos rituales de sujetos almados o gunmen con atuendos de ángel y
aureola disparando palabras delirantes y explosivas conque, frecuente e
inmisericorde, Chucho, acometía al tinglado de nieblas poéticas adormiladas de
aquella Villa de poetas de parnasillo, Tenis Club o del Salón de Lectura mutado
en Ateneo del Táchira, y el inusitado atrevimiento de saltar sobre el sillón de
las poetisas de la librería "Sin Límite" para ver si Julieta o Leonor
estaban en sintonía con el nombre asignado al lugar— antes que Pablo Mora,
quien desaparecido misteriosamente tras leer vigorosamente sus poemas, igual de
súbito había regresado con un atajo de libros bajo el brazo, su más reciente
poemario para entonces que obsequió y dedicó a todos los asistentes, esa
inmensa minoría que siempre somos la cofradía de los poetas; a través del
micrófono y el sonido que Joel generosamente siempre había ofrendado al altar
de la poesía, leí “Sugar Blues”, poema que en su primera versión, escrito en un
sobrecito de azúcar, iba dirigido a Adela, a quien Luis Vargas también camelaba
y aquella noche en la Plaza de los Mangos, estuvo marx o menos distante de
nosotros, mientras Pablo y Antonio al tiempo que bebíamos de una botella de
miche clandestino se dieron también a ena-morar la noche… he aquí aquellos
versos que de igual modo se pueden recitar a nuestra amada patria:
¿Cómo calmar esta sed
denosédóndenicuándo
si el viento que prodiga su dulzura
en besar todas las formas
esquiva mi corazón desnudo
—el misterio de tus OjOs aumenta—
y yo tan flaco de razones
cada vez más necesitado de amarte?
fredy.araque@gmail.com