José Ángel Quintero Weir
Una cosa es la dignidad, otra muy lejana es el pragmatismo.
Generalmente los políticos de derecha e izquierda definen la política como la
habilidad de manejarse en las fronteras, los límites en los que la dignidad no
cuenta o, se convierte en elemento negociable, objeto de transacción cuyo
valor, suelen decir, depende del contexto político, de allí que la vida de los
hombres pierda todo valor, es decir, toda dignidad.
Nunca fui íntimo de Sabino Romero, casi estoy seguro que sus allegados mal le
hablaban de mí, aunque por razones lingüísticas y culturales teníamos profundas
diferencias, es decir, Sabino era un yukpa-Karibe y toda mi vinculación es
arawaka. Sin embargo, todos, habíamos llegado a comprender que Sabino era el líder
de la lucha por los territorios indígenas en el contexto actual de Venezuela.
Pero, no obstante de ello para las ongues conservacionistas no se trataba de
eso sino de su propia existencia y, por ello, es posible que hoy veamos
condecorándose en un mutuo desprestigio, al líder de la minería (Arias
Cárdenas) que aspira al dominio de los últimos territorios indígenas y al líder
de la ongue (Lusbi Portillo) que, debemos reconocer, logró vincularse de manera
profunda con las comunidades indígenas de la cuenca del lago de Maracaibo,
vinculación de la cual, en buena parte nosotros somos responsables.
¿Por qué sucede esto? ¿A qué se debe este acto?
A pesar de que podamos dar una respuesta en modo alguno puede ser comprendida
como simple, sino como el resultado de un complejo proceso en el que, el
involucrado en este caso, jamás entendió de qué se trataba su existencia en
relación con los pueblos, es decir, jamás aprendió de los pueblos, de hecho,
jamás aprendió de Sabino, quien, hasta dos meses antes de su vil asesinato se
negó a las prebendas y al dinero ofrecido por el gobierno nacional, ofrecidas a
través del ministerio de pueblos indígenas o personalidades como el arquitecto
Fruto Vivas, quien, tuvo la dignidad de abandonar su propósito ante la
envergadura de Sabino.
Pero Lusbi Portillo no es Sabino, jamás entendió a Sabino, siempre entendió que
él era quien dirigía a Sabino y a su familia, y nunca pensó en la posibilidad
contraria. Por eso luego de más de 25 años en la Sierra jamás quiso aprender
una lengua indigena, pues, a fin de cuentas, eran los otros los que debían
depender de él y no lo contrario. Hoy, vemos con dolor como es capaz de
doblegar su espalda para que el lider de la minería en el Zulia le coloque una
medalla con el nombre de Sabino y en nombre de Sabino.
Da dolor, da tristeza, pero Sabino vive, y la lucha de los pueblos indígenas
sigue.