Cristina Gil
Medios de difusión entre los que cabe mencionar a La
Patilla, El Propio, Notitarde, Noticiero Digital, Primicia, entre otros, se
hicieron eco de una campaña de tergiversación de la información que vincula un
antiguo microemprendimiento adelantado por un grupo de mujeres desde los andes
venezolanos, con una supuesta imposición gubernamental para sustituir el uso de
toallas sanitarias desechables. Los titulares fueron “El gobierno lanzó las
nuevas toallas sanitarias reusables”, “Socialistas revolucionan las toallas
sanitarias y las convierten en ecológicas”, “¡Insólito! Estas son las toallas
sanitarias socialistas”. Las escuetas notas se limitan a difundir el video
grabado en el marco del programa Consumo Cuidado de Vive Tv y alientan a un público
prejuicioso y polarizado a hacer comentarios agresivos y a replicar aquello
como un intento gubernamental más por “cubanizar” la realidad
venezolana. Por supuesto, no faltaron personajes como Rafael Osío Cabrices
e Ibeyise Pacheco, quienes difundieron la mofa desde sus cuentas en redes
sociales, develando y promoviendo un tratamiento no sólo politiquero de
un tema tan sensible e interesante, sino además caracterizado por esa aversión
hacia el cuerpo femenino y sus procesos psico-biológicos tan vinculado a la
misoginia.
Ninguno de estos personajes realizó alguna indagación formal
sobre el tema antes de dar crédito a la “noticia”, atentando contra cualquier
ética periodística. En este sentido, ante la invitación de varias mujeres a
profundizar en el tema, @osiocabrices expresó “¿Cómo me debo educar, según usted?
¿Vuelvo a la primaria, o me cambio de sexo para "menstruar en
tela"?”. Por su parte, los “médicos” que hacen vida desde @IMPROSEXUAL
pretendieron dar un tratamiento igualmente ligero al asunto, expresando que “El
Derecho a disfrutar de los beneficios de los avances científicos es un Derecho
Humano”, a la vez que intentaron posicionar etiquetas como #NoAlRetroceso
#NoALaInvolución.
Por su parte, Naky Soto, en una nota publicada en Prodavinci
y titulada “Las toallas sanitarias y el capitalismo salvaje”, difundió un
micro-reportaje en el que mujeres cubanas refieren sus dificultades para
acceder a las toallas sanitarias desechables. En este micro se evidencia,
además, que el uso de toallas de tela no es una constante en Cuba y que de
hecho no se han dedicado a promocionar su uso ni discutido la opción como de
empleo permanente. Al mismo tiempo, Soto expresó: “Es curioso que se promocione
ahora [la toalla de tela], cuando la inflación, la escasez, la reducción de
marcas por falta de materiales para su producción o la reducción de
importación, han marcado tan severamente la oferta de toallas sanitarias
disponibles en nuestros mercados. La ecología se convierte en el argumento para
maquillar las fallas en economía.” Naky se equivoca en su enfoque. Quienes recurrimos
a las toallas de tela, las confeccionamos y promocionamos, no lo hacemos con
intención de disfrazar las posibles disfunciones del sistema (no tenemos ese
poder ni el interés siquiera). Lo hacemos porque comprendimos el grave impacto
ambiental que generan las opciones predominantes en el mercado y porque además
perdimos el miedo y nos animamos a salir de la dependencia, nos enamoramos de
los resultados y estamos dispuestas a defender esa autonomía alcanzada, nuestro
derecho a vivir nuestra menstruación como nos venga en gana y a ayudar a otras
mujeres a reconciliarse con sus ciclos, fluidos, cuerpos, sexualidad. La
politiquería nunca nos ha brindado un enfoque lo suficientemente amplio como
para comprender las tantísimas motivaciones de nuestro hacer en sociedad.
Creemos que esta propuesta de uso de alternativas ecológicas para la
menstruación merece un tratamiento serio alejado de cualquier manipulación con
fines electorales y la seriedad de ese tratamiento dependerá siempre de una
sustentación de los argumentos a favor o en contra de la propuesta, jamás de
mitos, supuestos, falacias, apego a costumbres y/o hábitos.
Socorro también asume el riesgo de tocar muy
superficialmente el difícil tema del “tiempo libre” para sostener el argumento
de que por cuestiones de tiempo, las toallas de tela no son una opción viable.
Quienes conocemos la dinámica de utilización y reutilización de toallas de tela
sabemos que la demanda de tiempo que nos hace el lavado de nuestras prendas
absorbentes no es superior al que nos demanda el lavado de nuestra ropa íntima.
El día que empecemos a usar ropa interior desechable “por falta de tiempo”,
allí podremos sentenciar que el sistema opresivo capitalista definitivamente
nos ha aplastado.
Socorro expresa: “El punto es que la polarización, la
misoginia, la pereza y los prejuicios no nos impidan analizar las cosas y sacar
de ellas lo que pueden tener de bueno.” En ello coincidimos totalmente con la
periodista y nuestro llamado es a acercarnos a estos temas y discutirlos
siempre desde el respeto a las distintas perspectivas que nos representan y a
la condición femenina que nos configura.
A estas alturas del embrollo mediático, necesario es
reconocer que la escuela moderna incorpora el estudio de nuestro cuerpo y sus
procesos desde una perspectiva netamente biologicista que no aborda los
aspectos psicológicos vinculados y muchas veces limita la comprensión cabal de
las relaciones que guardamos con estos procesos desde la cotidianidad. El hogar
promedio actual, por su parte, aporta una comprensión casi siempre prejuiciosa
y plagada de tabúes en las que el silencio y/o la desacralización constituyen
el pivote de las relaciones intrafamiliares. De allí que nuestra formación en
materia de salud reproductiva y sexualidad en general sea prácticamente nula.
En este sentido, la comprensión de la menstruación que nos
aporta la escuela, tiende a ser limitada al desprendimiento de un óvulo no
fertilizado que se evidencia en el sangrado. Y en el hogar, el primer sangrado
menstrual es una advertencia de fertilidad, un yugo moral que obliga nuevas
formas de comportamiento y/o una experiencia que rompe en gran sentido las
relaciones de la niña con su entorno y demás miembros familiares.
Ha sido, sin duda, la configuración patriarcal de nuestras
sociedades la responsable de que esto ocurra del modo en que viene ocurriendo.
El marco social que habitamos hace dolorosa y traumática la experiencia de la
menstruación y lo hace así no sólo como mecanismo de control para con las
mujeres sino porque además de este modo puede también vender la vergüenza que
promociona su estereotipada publicidad del usar y tirar.
Las mujeres menstruantes llegamos a pagar por compresas
blanqueadas y perfumadas, contenedoras de celulosa, geles y aditivos químicos
que prometen hacernos sentir verdaderamente cómodas con nuestra “inestable
feminidad”, “limpias”, “blancas”, libres de nuestro “hedor”, y que además
generan un impacto ambiental terrible y no pocas alteraciones a la salud de
quien las usa (irritaciones, hongos, por decir las más comunes). Se nos ha
negado así la posibilidad de comprender del todo que nuestra sangre no es sucia
ni fuente de contaminación alguna. Se nos ha enseñado a sentir asco ante
nuestros propios fluidos. Y así, nuestro nivel de dependencia de estos
productos desechables ha llegado a ser tan grosero que en muchas ocasiones
ellos son considerados parte de una “cesta básica”, es decir, “indispensables
en el hogar”, elementos permanentes del presupuesto familiar mensual.
A finales de 2010, la mayor parte de los empresarios
venezolanos comenzó a jugar con nuestra terrible dependencia de toallas
sanitarias y pañales desechables. Una supuesta escasez escondió intenciones de
acaparamiento y especulación que pusieron contra la espada y la pared a casi
toda la población. Extrañamente (hablar de la menstruación sigue siendo un
tabú), las voces que se alzaron en la denuncia fueron casi siempre masculinas:
padres, compañeros, esposos que eran “enviados hacia la búsqueda desesperada”
de los productos faltantes y se encontraron impotentes ante la ausencia o el
altísimo costo de lo hallado tras mucho andar. Exigieron entonces “opciones alternativas”
para liberarse de aquella manipulación. (Esa participación masculina pudiera
considerarse sintomática de un proceso de transformación de nuestras relaciones
sociales. Deben quedar atrás los tiempos oscuros en los que había temas que
sólo podían ser abordados por públicos determinados. En la medida en que
nuestros compañeros hagan parte de discusiones en temas de sexualidad femenina,
crianza, etc., estaremos dando un paso al frente hacia la construcción de las
necesarias nuevas masculinidades.) Estoy segura de que más de una mujer pensó
entonces en su abuela, en los trapitos que usó la abuela, pero entonces sintió
miedo. Sí, nos han enseñado a desconfiar del conocimiento ancestral, heredado,
extra-académico, en nombre de un mentado “progreso” que apenas llega a ser
grillete y cadena disfrazados de “comodidad”. En este sentido es necesario
expresar que quienes vinculan el uso de alternativas ecológicas con “atraso” e
“involución” manejan una concepción bastante confusa del bienestar y la vida
digna en general. Desconocen que la experiencia, el abandonar las opciones
desechables para volver a la tela, garantiza una transformación íntima en la
mujer que no tiene marcha atrás. La naturaleza de esta transformación es
sumamente difícil de explicar, quizá imposible. Hay que vivirlo: se trata de
reconocimiento y aceptación. Se trata de autonomía y dignidad. Se trata de
vencer el miedo, romper la dependencia, recuperar el vínculo sagrado con
nuestro cuerpo, nuestra sangre y muy especialmente con nuestro útero -segundo
corazón, adormecido y rígido por tantos años de cultura patriarcal-. El llamado
es entonces a indagar, hurgar entre los testimonios de mujeres que se han
atrevido al cambio. Son ellas las únicas que podrían ofrecer una voz
transparente de cara a un asunto tan delicado como el que hoy nos ocupa.
Actualmente, la propuesta del uso de alternativas ecológicas
para la menstruación pugna por hacerse escuchar en nuestro país. Es meritorio
el trabajo de varias mujeres que se han dado a la tarea de distribuir la
maravillosa copa menstrual, un dispositivo de colocación intravaginal elaborado
con silicona médica cuya función es recolectar el flujo de sangre. Quienes
usamos la copa y aprendimos con ella a conocer nuestro cuerpo y ciclo, no
dudamos un instante en recomendar su uso y apoyar cualquier campaña que
promueva su distribución masiva.
También han empezado a ejecutarse los talleres de
elaboración de toallitas femeninas de tela, un espacio en el que se conversan
temas vinculados a la menstruación y al uso de alternativas ecológicas y en el
que cada participante tiene la posibilidad de confeccionar su propia compresa
absorbente para usar durante los días de sangrado.
La distribución de toallitas femeninas de tela en nuestro
país nunca ha sido a través de alguna iniciativa gubernamental. Ella hoy se da
a través de las iniciativas de mujeres creadoras, autónomas y autogestionadas,
cuyo trabajo se enmarca en el pequeño comercio artesanal de nuestra ciudad
capital. Acudir a ellas es, en gran sentido, dar un paso al frente por la
construcción de una nueva conciencia del hacernos. Ningún afán politiquero y/o
misógino podrá impedir que las voces de las mujeres que somos, se haga escuchar
en la Venezuela de hoy.