Por Roland Denis
En un
artículo anterior estábamos viendo cómo dentro del proceso del los pueblos, en
los altibajos de la misma lucha popular, hay una ley que cumple su lógica.
Decía: emprendemos la acción critica en función del extender el diálogo general
y la evolución creadora del pensamiento dentro de un proceso revolucionario. En
su curso ese contexto dialógico muere o se reprime porque no somos una sociedad
de iguales, y por lo tanto la palabra de uno vale más que la otra (una
comunidad organizada jamás estará a la altura de lo que diga Lorenzo Mendoza o
cualquier sifrino de la oposición), pero además se nos incuba una burocracia
que como ella misma sólo sabe vivir bajo el rocío de las adulancias, la
obediencia estúpida, y por supuesto, la complicidad del silencio y la
acriticidad, mentalidad que se impone como política comunicacional
oficial.
Disuelta la
constructiva polémica, como pueblo en lucha, pasamos entonces al formato de las
reglas establecidas y la confrontación pacífica mediante denuncias de ley, pero
tampoco se aceptan, la crítica formal, legal y pacífica queda en el limbo de la
impunidad, del desprecio absoluto del “Estado de derecho” frente a la denuncia
popular. En la evolución de los hechos, tiende por razones casi naturales a
tensarse la situación, la lucha de clases sigue su curso, se producen los
acontecimientos de revuelta y finalmente dentro de su devenir lógico no queda
otra salida que la crítica de la acción directa y decidida hasta llegar a las
armas, las que tenga el pueblo que se dispone a emanciparse del opresor: es la
guerra de liberación.
Esta es una
dialéctica cuya estructura está enclavada en la historia de las revoluciones
sociales en sus especificidades, entre ellas la nuestra, claro está, la que
vivimos hoy mismo. Ahora no hay mejor lugar de constatación de cómo muere un
ambiente de sana confrontación de ideas y consideraciones que en los hechos que
se incuban en la pequeña y palaciega historia del poder constituido: sus
tribus, discursos y formas de confrontar los retos por los cuales atraviesa, y
convertirlos en decisiones políticas de envergadura.
Como lo han denunciado cualquier cantidad de compañeros, la forma en que se han
elegido los candidatos a alcalde y concejales por parte del PSUV y sus partidos
de cola, es verdaderamente el colmo de la arbitrariedad y el autoritarismo, la
pérdida del más mínimo sentido de respeto por parte de una supuesta dirección
hacia las bases locales que la apoyan, pasándose por el forro cualquier
criterio de consenso y democracia de base.
Su decisión
política fue esa, siendo en realidad un mecanismo de negociación entre sus propias
tribus internas: un candidato para mí, otro para ti, y si no te gusta te la
calas o te vas... (¡Pobrecita, Guarenas! ¡Hasta la más podrida corrupción ya
despachada por los trabajadores de Guayana, ahora se la impusieron a ellos, por
la razón que sea, salvo la vida, la gracia transformadora, y así en cualquier
cantidad de sitios!) Este es el clima en su plano concreto por poner fin al
ambiente crítico y de auténtica participación colectiva.
De allí
llegamos a Winston Vallenilla, perfecta decisión para ganarse algún mantenido
adicto a Venevisión entre los tantos de Baruta, y alejar a los luchadores
populares uno de los cuales le costó la vida por su condición de tal en los
ataques fascistas del 15 de Abril. La próxima será la chilindrina nacionalizada
para defensora del pueblo y la nueva Miss Venezuela de diputado. No hay
problema en definitiva estas decisiones que buscan un espectáculo seductor una
vez perdida la figura de quien era cuando le daba la gana un verdadero
espectáculo, me refiero al presidente Chávez -un espectáculo con causa y
contenido-, son actos que los reflejan a ellos- ellas mismos. Es el proceso
largamente constatado de distanciamiento hasta el punto de la confrontación
entre “la revolución popular bolivariana” y una dirección política oficializada
y vendida al público por el sistema público y privado de comunicaciones,
incapaz de estar de lado -por lo general jugando el papel de contra o de sapos-
de las verdaderas luchas que todos los días protagonizan aquellos que se han
tomado verdaderamente a pecho esta revolución.
Del pueblo
del 27 de febrero a Winston Vallenilla no hay nada que buscar, es la revuelta
del pueblo enfrentada a los cálculos del marketing electoral. La actual
dirección del PSUV inaugura así su entrada dentro de la decadencia de la
democracia representativa como fenómeno mundial que busca en el espectáculo
vaciado su salvación pero además le sigue las pasos a los últimos momentos de
la cuarta república reciclando políticamente seres aborrecidos por todo el
mundo en plena campaña “contra la corrupción”. ¿En qué va acabar esto?, ¿De qué
sirve la palabra critica en situaciones como esta?
Más allá de
las rabias la verdad es que no mucho, la critica real colectiva, no la que se
queda encerrada en los escenarios “de los críticos” sus seguidores y
perseguidores, como decíamos ante hechos como estos tiende a desplazarse a
nuevos escenarios más formales o de acción directa, cosa que se traduce en este
escenario electoral en la aparición muy bienvenida de candidaturas fuertes y
clasistas confrontadas abiertamente con este status decadente. No las nombro
para no rayarlos por los momentos; eso sí, no son pocos. Pero quizás todavía
queda promover una visión de contexto y sobretodo frente a esta situación que
se revela con las candidaturas que puede ser de ayuda, ya que demasiada gente
ante la indignación que ha causado todo esto en tantos lados, se ciega y
queda atrapada en la ilusión electorera o dándose cuenta que el verdadero
proceso irrumpe por otros espacios y lugares de lucha por el poder.
Entre el
caracazo y Winston Vallenilla hay un hilo que corre y es la crisis del estado
petrolero ya corporativizado y miltarizado en los últimos años. Vivimos una
decadencia continua que los “dirigentes” que se han montado durante los años de
la presidencia de Chávez no han entendido para nada, y por el contrario
comienzan a mimetizarse precisamente con los comportamientos gracias a los
cuales el pueblo se rebeló hace 24 años. Creen que pueden sobrevivir en la
adulación diosificante de Chávez como “hijos del mismo”. Por ahora les sirve,
pero bajo ese comportamiento, y además envueltos en una cadena crítica
económica de la cual tampoco quieren hacer nada por salir más allá de buscar
nuevos dólares y así palear las circunstancias de momento empeorando cada día
la crisis estructural del capitalismo de estado e improductivo, estamos
montados en una bomba de tiempo. En ese sentido poco importa el problema de la
arbitrariedad de las candidaturas, es el reflejo de lo que son en estos
momentos y pareciera que no hay líder entre ellos que quiera desprenderse de
esta condena a la cual ellos mismos se han metido como un callejón sin salida.
Atrapados sí entre los líos entre Maduro y Diosdado y vaya a saber cuántos
otros de los emblemáticos, pero ninguno da el salto.
Tanto es lo que poco importa, que me atrevo a decir que bajo estas
circunstancias hasta no sería malo que los escuálidos se lleven una buena
tajada de alcaldías y comiencen la agitación conspirativa que tanto necesitan
con una cuota en el estado de representatividad muy grande. Esto forzaría el
devenir ineludible de esta revolución que es la formación de una verdadera
dualidad de poderes y comenzar a mandar de una vez al carajo las estructuras de
mando territorial del poder constituido actual y las direcciones políticas que
las han acaparado.
La
revolución social tiene que comenzar en algún momento es la orden del pueblo
del 27F y el 4F. Quizás este no es ni mucho menos el mejor momento del
movimiento popular por su despolitización y amarre a las estructuras
burocráticas, sin embargo ya hay materia prima suficiente desde el punto de
vista organizativo para voltear las circunstancias y empezar a construir
realmente una nueva república popular y autogobernante. Esta va a ser una pelea
bestial que sirve entonces la palabra crítica al menos para advertirla.
Hacia
adelante es imprescindible la formación de movimientos que arraiguen sus
estrategias territoriales de poder y defensa colectiva, de producción y
formación, y empezar desde el año próximo una nueva era de esta revolución.
Visto desde este punto de vista, la cochinada que envuelve en general a la
democracia representativa venezolana nos conviene que siga su pudrimiento, pero
eso sí, estemos preparados porque las batallas no se ganan rezándole al
espíritu ni al cristo tan divulgado en los últimos meses, sino siendo el
espíritu real y colectivo sembrado en la historia rebelde que nos inspira. Que
viva el pensamiento y la razón de todos.